Charles Manson, el asesino que acabó con los ‘hippies’ y todavía fascina

Charles Manson

Fotografía fechada el 16 de junio de 2011 de Charles Manson, en la prisión de California en Corcoran, EE UU. EFE

“Es muy bajito. Intenten no mirarlo fijamente“. La frase corresponde a la serie Mindhunter (Netflix) y la pronuncia el asesino en serie de colegialas en los 60 y 70 Edmund Kemper. Es un consejo para los agentes del FBI —Ford y Tench— que van a entrevistar a Charles Manson en prisión con el fin de intentar entender cómo convenció a un grupo de jóvenes de clase media, miembros de su secta o “Familia”, para cometer crímenes horrendos. Entre ellos, el de una embarazadísima Sharon Tate, actriz del momento y esposa de Roman Polanski.

La masacre de Cielo Drive —la calle en la que estaba la casa del director polaco— y la figura de su ideólogo han sido escudriñadas hasta la saciedad. Este año, con motivo del 50 aniversario, se han estrenado documentales (Manson. Los archivos perdidos, en Movistar; Music from an Unsound Mind, en iTunes y Amazon EE UU), libros (Chaos: Charles Manson, the CIA, and the Secret History of the Sixties) y cómics (Charles Manson. Una biografía, de Random Cómics). Y, además de aparecer en la serie mencionada, incluso el director Quentin Tarantino ha fantaseado con el hombre de mirada turbadora en Érase una vez en Hollywood.

Manson murió en 2017, a los 83 años, mientras cumplía cadena perpetua. Era manipulador, psicópata y narcisista. Bebió de la Cienciología y de la autoayuda, pero también de la Biblia y las filosofías orientales. Se rodeó de mujeres, se sirvió del sexo y el LSD para que se hiciera su voluntad y se volvió violento.

“Empezó como proxeneta”, explica a 20minutos Iñaki Domínguez, autor de El expiador (Ed. Melusina), “después hizo la transición a gurú”. Aprendió a mimetizarse con los comportamientos de otros para escalar y alcanzar una perversa gloria. Y allí se quedó. Porque hoy es recordado con verdadera fascinación, tanta que no faltaron candidatos para quedarse con sus restos. “Como pasó con Edipo”. Eso le convierte, siguiendo las teorías del filósofo francés René Girad, analiza el autor, en un “chivo expiatorio” de libro, “vilipendiado y rechazado, pero al mismo tiempo convertido en icono de culto al haber reestructurado la sociedad”. ¿Cómo? Quiso aniquilarla, pero sus actos desencadenaron una catarsis colectiva que le achacó todos los pecados existentes. EE UU supuró con él.

“Son procesos inconscientes que en sociedades como la estadounidense o en las primitivas han funcionado”, indica Domínguez, doctor en Antropología Cultural. EE UU, continúa, es un híbrido entre pasado y futuro, un país tecnológicamente avanzado pero que “mantiene la pena de muerte y es muy religioso”. Con Manson se esfumaron los hippies, la contracultura y una incipiente —y muy deseada por algunos— revolución. No se manchó las manos con Tate o LaBianca y no es, ni mucho menos, el peor malhechor de la historia; pero ha sido percibido así.

En los 60 había “tensiones internas”, una colectividad “intoxicada” y despilfarro económico. Manson y sus acólitos eran unos marginales, producto de la propia sociedad, que quisieron mutilar el privilegio en pleno Hollywood. Esta mezcla explosiva llevó a lo que Girard denominó una “crisis sacrificial”. Por otro lado, la cabeza del asesino vaticinaba un inminente fin del mundo (“Helter Skelter”, como la canción de The Beatles) y soñaba con provocar un conflicto racial, del que, en principio, saldría victoriosa la comunidad afroamericana, pero tras el que él mismo terminaría erigiéndose en líder único.

¿Fueron esos sus extraños motivos para ordenar los crímenes? Ni siquiera hoy está claro. Domínguez sugiere cosas más mundanas, como la de librar de otro asesinato a uno de sus fieles, Bobby Beausoleil, atribuyéndoselo a los Panteras Negras; y descarta cualquier teoría conspiranoica, muy habitual en este tipo de sucesos tan excepcionales y mediáticos. En cualquier caso, el desenlace fue contrario a lo que Manson quería conseguir. Eso debió pensar Tarantino cuando escribía su película, en la que apenas se asoma en persona el gurú del desierto de California. “Se habría reído del final”, dice Domínguez.

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